La verdad
es que lo encontraba pretencioso, absurdo y además vulgar. Siempre, en los
cuentos, ha habido princesas pidiendo imposibles y caballeros haciendo
disparates por ellas...
No, no era
nada original, y en cuanto a ingenio e imaginación, existían cien mil mucho
mejores, eso, y recordando que hoy en día los cuentos de princesas y caballeros
andantes no suelen ser los favoritos del público infantil, no cabía duda de que
había estado perdiendo el tiempo, cosa bastante deprimente para mí. Por eso lo
interrumpí, no valía la pena continuar... Y luego el del astronauta, ¡vaya
tontería!... Mira que se han escrito relatos hablando de astronautas, planetas
lejanos y aventuras inconcebibles... Seguro que cualquier niño podía contarme
gestas mejores de vuelos espaciales y héroes cósmicos, sólo por el hecho de
tener un aparato de televisión o esos video juegos que tanto éxito tienen entre
los chicos, sin olvidar los cómics y el resto de toda la parafernalia que gira
alrededor del tema.
Desalentada,
dejé caer la mano con los papeles sobre la mesa y, sin querer, golpeé el mouse
del ordenador...
Entonces,
algo sucedió en la pantalla que podríamos denominar “la opción no prevista”, lo
cual, dadas las circunstancias no resultaba tan improbable.
«-¡Buena me la habéis
hecho, señora... sí, vos, la que manejáis los hilos de esta trama singular... Héteme
aquí colgada en el aire con un ineludible pretendiente corpulento como un oso y
como un oso peludo, contra toda esperanza, ha conseguido rebasar el límite de
lo comprensible introduciendo dentro de la cáscara de una nuez a un
elefante!...
-¿Clorinda?
-¿Quién
sino iba a ser, soy la Princesa Clorinda, en efecto, y os exijo una solución al
problema... ¡Porque no estoy dispuesta a casarme con ese peludo campeón, que,
venido de no se dónde, habéis osado introducir en la historia como galán mío!
-Pues la solución es sencilla, no os caséis.
-Pronto
está dicho, señora, pronto está dicho, yo soy una princesa, y, las princesas
tienen que hacer honor a su palabra.
-¿Y qué puedo hacer yo?
-Completamente
todo, vos tenéis la palabra. Eliminarlo o haced imposible su hazaña...
Realmente no se puede meter a un elefante en una cáscara de nuez, es irreal.
-Declaradlo irreal y no os caséis.
-¡Oh,
bien quisiera, ciertamente, bien quisiera, lo malo es que ahí se halla el
elefante metido dentro de la cáscara de nuez y eso todos lo ven y no se puede
negar!... ¡con qué ya me diréis vos!...
-La verdad, no sé que es lo que os puedo decir, Princesa
Clorinda, como no sea que lo siento mucho.
-¡Lamentándoos
no vais a solucionar el conflicto!
-Eso ya lo sé.
-¡Válgame
el cielo, y lo decís tan tranquila!
-Es que no se me ocurre... ¿por qué no llamáis a un
hechicero de renombre?
-¡No
me hagáis reír que no estoy para chanzas!... Os ruego que no mencionéis a los hechiceros,
desde que emigraron al mundo real los pocos que quedan, es que no aciertan ni
una... Sois vos la que debéis solucionarlo, vos, señora mía, y ningún otro...
-Alteza solicito vuestra licencia pera retirarme a
pensarlo.
-¡Concedida,
concedida, más pensad rápido porque de lo contrario desposada me veo con
semejante energúmeno!»
Hubiera
desconectado muy a gusto el ordenador y me hubiese ido a dar una vuelta, pero
esa no era un solución valiente que digamos sino una huída y la pobre Clorinda
no se lo merecía.
«-¿Es qué no me escuchas?... Acabo de
entrar en el valle, qué no está precisamente deshabitado, y volvemos a lo
mismo... ¡Qué no estoy en Marte, muñeca, sino en la Edad Media, ¿a qué esto ni
te había pasado por la cabeza?!
-¿Has viajado en el tiempo?
-¡Yo qué sé en lo
que he viajado, el caso es que las gentes que hay por aquí son campesinos
vestidos a la antigua, y bastante pobremente por cierto, y todos me miran con
la boca abierta como si yo fuese el Monstruo del lago Ness o algo semejante!
-¿Intentan atacarte?
-Ni se les ocurre,
huyen despavoridos gritando.
-Tengo que decirte algo. Me parece que la base de datos nos ha
colocado en la pista de...
-¡Calla, calla, por
ahí bajan soldados del castillo, un destacamento o como se llame!... ¿Tu crees
que me atacarán?... ¡Oye, que me parece que esto se está poniendo bastante
feo!... ¿Es que no puedes hacer
algo?...»
Sintiéndome
terriblemente impotente miré con angustia la pantalla del ordenador, ahora sí
que mi astronauta tenía un problema de verdad y yo no sabía como resolverlo.
«-¡Hey, hey, que también yo
existo y estoy metido en apuros, piensa que no todo son princesas y
astronautas, ¿eh?¡»
Juro
solemnemente que no había tocado el mouse cuando esto apareció en la pantalla y
me encontraba tan aturdida que tardé algo en asimilarlo. ¿Otra llamada de
auxilio?, ¿y quién...?
La idea de
que mi ordenador tuviera vida propia, empezaba a darme escalofríos.