«ERIALANDIA

Reino mítico que se pierde en la Noche de los Tiempos que es el lugar en donde van a parar todos los reinos pasados de moda.

Superficie, muchas millas cuadradas.

Limítrofe Norte, Sur, Este y Oeste, con cuatro reinos vecinos, igualmente antiguos y demodés.

ERIALANDIA se divide entre terreno llano y montañoso, abundando en sus tierras el hierro, lo que les otorga esa característica coloración rojiza cuyo reflejo da un tinte rosado al cielo.

Reino muy alejado del mar, cuenta, no obstante con el don inapreciable de un caudaloso río que surge de las altas cumbres, en la zona denominada Montañas de la Luna Creciente, y atravesando el país, lo inunda de vida y color.

Número de habitantes, el que debe ser, repartido en tres grupos: pueblo, soldados y Corte.

La monarquía es su sistema de gobierno, reinando felizmente, desde hace muchos años, los soberanos Mecledevico XXII y su esposa Lobelia. Son padres de una hija única llamada Clorinda.

PRINCESA CLORINDA: Hermosísima doncella de 15 años, en edad de merecer. Estatura un metro setenta y cinco cms. Medidas, 90-50-90.Cabellos rubios como el oro, ojos color aguamarina, piel de magnolia, labios de rubí, dientes de perla, cuello de cisne.

Sabe bordar en alto bastidor, toca el laúd, canta como los ruiseñores y lee el Latín y el Griego.

Tiene mucho carácter y siempre hace lo que le apetece importándole muy poco la opinión de los consejeros del reino.

CONSEJEROS DEL REINO: Demasiados pero muy responsables y laboriosos. Normalmente se les considera más un engorro obligatorio que otra cosa.

Su último deber ha consistido en empezar a incordiar con la sugerencia de que Su Alteza Real, la princesa Clorinda, habiendo cumplido ya los 15 años, debe contraer nupcias, o sea, casarse.

COLOMITO: No viene a cuento, pero es la mascota de Clorinda, un precioso gato blanco de ojos verdes. De ahí que los colores predilectos de la princesa sean el blanco y el verde.»

 

¡No podía ser, no podía ser!

Arranqué de la impresora un montón de páginas, todo cuanto había estado escribiendo aquella tarde sin detenerme un instante a descansar. Acostumbro hacerlo así, escribo, imprimo y luego leo para ver, con calma, si es preciso realizar correcciones. Repasé febrilmente, empezando por el final.

Sí, sí, el cuento del astronauta se interrumpía justo en la frase ya célebre, aunque en mi relato con una ligera variante: “Houston tenemos otro problema”, y sólo había veinte líneas escritas a 50 espacios, nada en realidad. La NASA envía a Marte a un astronauta, el primer hombre que pisará suelo marciano, para investigar in situ, mejor que cualquier robot, si el famoso “gusano” que se asegura se vio, y filmó, en el planeta rojo hace muchos años existe y no se trata de una ficción.

Iniciando la cuenta atrás, en el mejor lenguaje espacial, llegué a la segunda historia y la leí con desesperación, y no era para menos porque yo había empezado a esbozar un cuento del que al parecer sabía más la base de datos de mi ordenador que yo misma si tenemos presente, que una clave nunca ideada por mí, me había permitido el acceso a una información en teoría inexistente.

¿Sería verdad eso de la rebelión de las máquinas, como en ODISEA 2001, cuando el ordenador Hal se pone a hacer de las suyas?

Empezaba a estar más que desconcertada. Leí pues:

La princesa Clorinda era tan bella como caprichosa y exigente.

Hallábase en edad casadera y para fastidio de los Consejeros del reino, había aceptado el contraer matrimonio sólo con una condición, ¡pero qué condición!....

Ella sentíase muy a gusto en palacio con sus juegos, su gato, sus bufones y sus doncellas y no deseaba nada más y como sus padres los reyes, que la adoraban, se lo permitían todo, los pobres Consejeros no tuvieron más remedio que acatar la principesca voluntad, aunque, en verdad sea dicho, muy a regañadientes.

¿Queréis saber lo que se le ocurrió a Su Alteza Real?, nada más fácil.

Clorinda otorgaría su mano, únicamente al esforzado caballero, fuera noble o plebeyo, que realizase en su obsequio la hazaña más increíble, o mejor dicho, imposible, fuese cual fuere tal hazaña, si de lo nunca visto se trataba, porque, eso sí, tenía que tratarse de un hecho sin igual, portentoso y nunca realizado hasta la fecha.

A la convocatoria se presentaron muchos caballeros audaces y temerarios dispuestos a comerse el mundo si así lo exigía la bella princesa, pero, hélas!, (que en francés quiere decir ¡ay!), ninguno, en sus muchos alardes de valor, llevaba a cabo la hazaña que le valdría una esposa y un reino.

Llegaron vencedores de dragones, lo típico de la época, de gigantes, de brujas, de ogros devoradores de niños. Hubo incluso quien trajo un rebaño de unicornios y hasta quien llegó volando montado a lomos del mismísimo caballo alado Pegaso...

Más a Clorinda nada de eso la conmovía ni la impresionaba, y sentada en su trono de oro y piedras preciosas, se limitaba a dar impacientes golpecitos en el suelo con la punta de su chinela de terciopelo bordado en plata, y cuando los consejeros, vanamente esperanzados, se acercaban creyendo que una nueva hazaña, si cabe más portentosa que la precedente, ablandaría su corazón:

-Princesa, sólo en las leyendas se habían visto unicornios...

-Princesa, fijaos que galanura la del caballo Pegaso, en lugar de salir a pasear volaríais por el reino, seríais la única princesa voladora de la historia...

Ella encogíase de hombros con indiferencia, diciendo:

-¡El siguiente!

Y de siguiente en siguiente, al final compareció el último aspirante, un pretendiente gigantesco y forzudo cual un Hércules pero mal encarado, barbudo y cejijunto, que llegado de tierras africanas, había llevado a cabo la más imposible de todas las proezas, o sea, meter en una cáscara de nuez a un elefante, y esto si que no tenía parangón...”

 

Al llegar a este punto la inventiva me había abandonado y de tal forma me quedé encallada sin saber que más añadir ni como terminar el cuento de la princesa caprichosa.

 

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