3 UN NEN I UNA NENA DAVANT UNA PORTA
Un niño y una niña delante de una puerta


La niña, ¿quién diría la edad que tiene, 12, 13 años?, desconcierta; contemplándola con su camiseta blanca de manga corta y su falda verdosa de mujer adulta, ¿herencia, regalo?, no se sabe, con exactitud, que edad pueda tener, un aire adolescente que se marchita en la madurez incipiente de las formas, caderas anchas, senos marcados, gruesos, caídos: no hay sujetador. Es morena y de cabello negro, ese cabello que absorbe, detrás suyo, la mancha oscura de una puerta demasiado alta para ser la de una casa. La puerta en una pared, ¿la pared de una tapia?, (¿y si es una tapia, adónde se abre esa puerta?: ¿a un descampado?, ¿a un huerto?, ¿a un jardín?), puerta que, desencajada, deja filtrar la luz por sus fisuras como si esta fuese una pintura hecha con cal, un garabato quebrado, un reguero brillante.

La niña, la adolescente, ¿la mujer?, sostiene algo entre las manos, ¿una botella vacía? En todo caso algo que parece de vidrio, cristalino, y su escenario es desolado, vacío, ocre, gris, negro, color hueso, rojo sucio, verde oliva empañado, una galería frontal, teatro de miseria y abandono que recuerda aquellos de otras épocas en los que el público se amontonaba, en un patio, de píe, para admirar a los pobres cómicos de la legua, en cualquier obra clásica de repertorio...

 

La muchacha lleva un vestido blanco, una túnica, algo holgado que no le aprieta la cintura ni llega hasta el suelo. El borde de lo que llamaríamos falda, es irregular, como sesgado, con pliegues, y deja ver sus piernas tostadas por el sol. En una primera ojeada, comunica la impresión de que va descalza, pero no es así, aunque contemplándola, blanco roto, siena y negro, (el de los cabellos), se puede dejar volar la fantasía, e imaginar cualquier cosa, darle el estilo concreto de una época a sus ropas, calzarla adecuadamente y pasar el peine por entre sus cabellos ordenándolos de una manera convencional: Diana cazadora, Antígona...

 

Pero entonces la niña, la muchacha, ya no será la misma, ni el lugar, ni siquiera tendrá razón de ser ese chiquillo de pelo negro que la acompaña, criatura vestida a la europea, bambas, pantalón de rayado horizontal y polo o camisa roja y azul, sólo que éste no importa ya como vaya vestido, es un chico y todos los chicos del mundo, hoy, se parecen.

La niña, la muchacha, se dirige a él con media sonrisa y le dice algo, es más alta, mucho más alta, más desarrollada, y con la estatura parece dominarle, (él es un crío pequeño), ¿su hermana, su prima, una vecina?

El niño, lloroso, ¡vaya usted a saber por qué!, se frota los ojos y no responde, o simplemente hurta la contestación. Los niños, que están siempre llenos de preguntas, nunca saben dar una respuesta concreta a quien se la pide, sea en la escuela, sea en casa, sea en la calle. Los niños se escapan sin moverse, al quedar mudos, con la mirada fija que no pestañea y un frunce en los labios.

Si sabe, no contesta...

Otros críos, invisibles, se ocultan detrás de la puerta, sus sombras se proyectan fantasmales sobre el suelo, confundiéndose. Esos chiquillos se tapan la boca entre aspavientos y muecas silenciosas, no quieren delatar su presencia, pero la muchacha sabe que están y el niño también, aunque nadie pueda verles.

La calle, bajo el implacable sol de la mañana africana, permanece milagrosamente desierta a aquellas horas, un minuto, dos, una eternidad, luego, brota, viniendo de algún lugar, un turista, pero ni la niña ni el niño reparan en su presencia. Ella parece reírse del chico porque él se obstina en callar, lacrimoso. ¿Qué es lo que la muchacha quiere saber y que el niño no dirá nunca?... ¿Y ella, de dónde salía o hacia dónde iba en el momento en que se tropezó con el chiquillo?

El turista, bajo el sol, se detiene y enfoca su cámara fotográfica, existe como una barrera invisible entre él y ellos, él, bajo el sol, ellos inmersos en su mundo ocre, terroso, en el que las sombras son grises, o lo recuerdan.

Del interior de una casa, ¿cuál?, surge la voz de una mujer, gutural y áspera, pronunciando un nombre ininteligible para el extranjero, y en ese preciso segundo él ha disparado la fotografía... Es como si el grito hubiese dotado de movimiento a las figuras, el niño se esfuma, la niña desaparece, los que se esconden detrás de la puerta enorme, pintada de negro, han dejado de existir, y sólo queda el turista en la calle brutalmente luminosa, al otro lado del teatro, al otro lado del escenario, con la cámara en las manos, el objetivo aún enfocando una escena que ya no es.

26.3.2000

 

4 SEQÜÉNCIA DE MODEL FRAGMENTADA
Secuencia de modelo fragmentada