2 TORRES DEL MONESTIR I XEMENEIES
Torres del Monasterio y chimeneas
Después de aparcar cuidadosamente, salí del coche. Era muy temprano, demasiado, una fría mañana de invierno en la palidez grisácea de un domingo que empezaba abrirse paso. Incluso algunas farolas callejeras aún permanecían encendidas, no sé si por despiste o por costumbre.

Saqué un cigarrillo de la pitillera y me puse a fumar. Estaba completamente solo en la calle, y el humo, el sabor del tabaco y el mínimo calor que desprendía, suplantaban a cualquier acompañante, o mejor dicho, eran la única compañía que yo necesitaba en aquellos momentos.

Un gato maulló no sé en dónde. Un perro, de voz ronca, ladró cerca, pero conservando su anonimato. Escuché resonar los pasos de alguien en una calle adyacente, y la feroz estampida de una moto, saliendo de cualquier sitio, se anunció rompiendo el silencio durante unos minutos, cuando estruendosamente voló por la calle con su triunfal conductor de casco blanco. Mucho más lejos se oyó una radio, aguda, y acallada de pronto con brusquedad. Luego silencio otra vez. El cielo azul blanco y la rebaba de unas nubes que recordaban el brillo de los botones de nácar de mi infancia. La infancia de un niño pobre de interminable posguerra, cuyos botones eran de madera ya que el nácar representaba todo un lujo, aunque los niños pobres lo son en todas las épocas, después de las guerras o no, y aparte, en los pueblos, ya se sabe, el tiempo no discurre con la rapidez que lo hace en las grandes ciudades, en las ciudades importantes, Barcelona, Madrid, París, Londres, Nueva York... o Sydney... Largo itinerario...

Yo tenía 20 recién cumplidos cuando mi tío el de Australia, antes era el tío de América pero ahora todo es diferente, escribió aquella carta a mis padres ofreciéndome un trabajo seguro y desde luego, casa y familia.

"Como no vas a hacer la mili al tener los pies planos -me decía- y de porvenir poco te veo ahí como no sea malviviendo en algún empleo de tres al cuarto, aquí en mi empresa constructora te tengo colocación, y un chico listo como tú pronto harás carrera, con que te vienes, con el permiso de tus padres desde luego, y verás como enseguida prosperas..."

Fui, de esto han pasado ya más de cuarenta años, y todo hubiera ido como dijo mi tío, de no ser que a mi me daba por la literatura y me ponía a escribir novelas en mis horas libres, y versos, ya en inglés claro, porque tenía, y tengo, eso que llaman "facilidad para los idiomas", y con 23 años gané el primer premio en un concurso de poesía bastante importante, lo que me impulsó a dejarlo todo, un futuro sólido, un trabajo estable, y me puse a escribir como si la vida me fuera en ello... Consiguiendo, a las primeras de cambio, que la familia australiana me volviese la espalda en pleno, ofendida por mi horrible ingratitud... La segunda parte fue el pasar hambre, estrecheces, el ir dando tumbos por la vida, que si bien no eran agradables de experimentar, te enseñaban mejor que en cualquier universidad...

Me convertí en un vagabundo, trabajador ocasional, hasta me enrolé en un barco mercante de cocinero, y, mientras, seguía escribiendo sin cesar, a veces no tenía ni para comer, pero yo seguía escribiendo, hasta que un día, en un periódico, me compraron un cuento y de este modo empezó todo...

De acuerdo, no soy millonario, no viajo en jet privado y nada de eso me importa, pero acabo de estar en Suecia, vengo de allí... y antes de sumergirme en ese año loco que me aguarda, de entrevistas y más entrevistas, de conferencias, de... En fin, ya se sabe, he querido escaparme, robar unas horas para mí solo, cosa que al cancerbero de mi secretaria le ha puesto frenética, y volver aquí, a casa, a mi pueblo natal, de riguroso incógnito of course, aunque ya nadie queda que me pueda reconocer, el hijo de la Honorina, sí, hombre, aquel chico bueno para nada, que se marchó a Australia con su tío, el hermano de la madre, si, hombre, la familia que vino de Huelva, la Honorina y el señor Pedro, ella, que tenía un hermano paleta que fue de los primeros en irse a Australia para hacer fortuna, ¿no te acuerdas?...

Si los recuerdan a ellos, a mis padres, merecen un premio indudablemente, porque los más viejos habrán muerto a estas alturas, como la poca familia que tenía yo aquí, un par de hermanos de mi padre no tan afortunados, y mis primos, de quienes hace muchos años perdí el rastro.

No, no, ya no queda nadie, nadie... Tal vez algún antiguo amigo, o aquella chavalita con la que empecé a salir de novio y que se quedó llorando a lágrima viva cuando me marché, y yo también lloraba y le prometí que volvería para llevármela a Australia y ser por siempre felices en el país de los canguros...

La olvidé.

También ella lo hizo y se casó con otro, según me escribió mi madre en una carta hace muchos, muchos años.

Es ley de vida, su matrimonio y mi olvido, ¿para qué amargarse ahora si no recuerdo siquiera ni cómo se llamaba?

Se acabó el cigarrillo, he regresado, y en esta fría mañana de invierno, apoyado en un coche de alquiler, mientras controlo el reloj porque a las dos de la tarde tengo que estar en el aeropuerto y no es cosa de distraerse, más que nada por mi secretaria, la severa miss Holt que no deja pasar ni una, (peor que una suegra, y lo digo con conocimiento de causa pues he tenido tres), estoy aquí esperando a que amanezca del todo, solo en la calle, ¡que noticia para la prensa, que carnaza para los fotógrafos!, comprometido en una cita conmigo mismo. He regresado para pasearme por el pueblo en el cual nací, un pueblo que ya es como una fotografía vieja, de esas en color sepia, antiguas, como una avenida solitaria cubierta de hojas en otoño... Sin embargo el pueblo está vivo y muy vivo, soy yo ese viajero del tiempo, descolocado en mi perspectiva... Deseaba haber vuelto al pasado y me he encontrado en esa tierra de nadie que es la frontera de los que regresan... No permaneceré mucho más aquí, ya no tiene objeto... Pero levanto la cabeza y contemplo una vez más el monasterio, sus torres, la masa de su silueta, que parece un barco encallado en tierra firme... Estaba ahí hace casi dos mil años y es de suponer que continúe todavía durante mucho tiempo aún. Ahora es una masa oscura, que se va aclarando poco a poco en el suave contraluz de la mañana, y a mi derecha, las viejas casas con sus chimeneas...

Son imágenes conocidas, no olvidadas... En inglés se dice, I miss you, para expresarle a alguien que le echas de menos, que le añoras... Mi casa se levantaba no lejos de este lugar en donde me encuentro haciendo una guardia inútil...

Hoy, ayer, anteayer, la casa no existe más.

Estaba decrépita cuando nací y poco antes de irme a Sydney, tuvimos que abandonarla porque amenazaba ruina. La derribaron, edificando en su vacío un bloque que todavía sigue, pero no es mi casa, y, sin embargo, existe un primer piso, el nuestro, (era un inmueble pequeño de dos, descolorido y con tejado gris), y una ventana orientada a las torres del monasterio y a las viejas casas con sus chimeneas...

Me pregunto que adolescente, él o ella, o que adulto, o que niño, disfrutan en la actualidad de tal panorámica, eso, si la ventana, apaisada, no se abre a un dormitorio, o, en una habitación más concurrida, velada por algún opaco cortinaje, o unos visillos, censura el color del cielo, mata la luz y convierte en presencia informe las edificaciones.

De todas maneras ha dejado de ser mi ventana y yo no estoy en ella ya, a la altura de un piso, contemplando el paisaje, esa línea monástica perfilada contra el lento amanecer, ese colorido delicado y austero que va despertando, esa hilera de chimeneas que evocan ilustraciones de cuentos del siglo XIX... He descendido a la calle, y, sobre el suelo, desarraigado de todo, John Martín, el escritor australiano de nebuloso origen europeo, contempla su pasado, como el que mira las estrellas por la noche, sabiendo que eran así hace cientos o miles de años, ¿millones?, (no es preciso ir tan lejos), en todo caso, ya no son las mismas...

Ni yo tampoco.

Debo marcharme, no tenía por qué haber regresado.

Un personaje virtual en un mundo material...

Supongo que miss Holt se sorprenderá mucho cuando me vea volver antes de lo previsto, y, si se lo contara, aún más, porque ella nunca podría entender la causa de que haya sacrificado horas de sueño para realizar un viaje tan breve como carente de sentido.

24.3.2000

 

3 UN NEN I UNA NENA DAVANT UNA PORTA
Un niño y una niña delante de una puerta