Ágatha Christie


La pionera de las escritoras policíacas, vino al mundo el 15 de septiembre de 1890 en Torquay, Inglaterra, hija de padre norteamericano, Fred Miller y madre inglesa, Clara Boehmer.

Hija de una familia de la burguesía medianamente acomodada, vive una infancia plenamente feliz en un escenario campestre encantadoramente británico, sin duda reflejado en muchas de sus novelas posteriormente.

Infancia, que, por otra parte, discurre por los cauces más anárquicos en lo referente a enseñanza, ya que Ágatha Christie no fue nunca al colegio –de hecho, aprendió a leer por ella misma a los cinco años-, siendo educada de la manera más original que imaginar se pueda por unos padres por completo excéntricos.

Huérfana de un padre al que adoraba, a la edad de 11 años, la familia no queda en muy buena situación económica, por lo cual decida su madre que pasarán los inviernos en Egipto, ya que les sale más barato, y los veranos en Inglaterra, de modo que ya desde muy jovencita Ágata empieza a viajar y a conocer mundo.

A los 16 años marcha a París a estudiar bel canto, pero descubre que realmente no está dotada para ello y regresa a casa.

Desde este viaje en el que había puesto tantas ilusiones que luego resultaron fallidas, hasta 1914, fecha en la que contrajo matrimonio con el hombre que le daría su apellido para la posteridad, Archibald Christie, entonces teniente del ejército, Ágata escribe algunos poemas y poco más, pero no con la intención de convertirse en escritora, aunque desborde imaginación y fantasía, sin embargo es demasiado práctica para embarcarse en absurdas aventuras literarias, y eso que al respecto llega a cruzar una apuesta con su hermana acerca de escribir cada una novela.

Ahora bien, sus experiencias en la primera guerra mundial, trabajó en una farmacia de Torquay, le hacen aprender bastante sobre drogas, fármacos y venenos, que luego le servirán de mucho en su obra.

También la guerra europea le trae un personaje nebuloso a su mente: la figurilla de un detective belga, de aspecto ridículo y cabeza de huevo, siempre pulcramente vestido, al que bautizará irónicamente con el nombre de Hércules y de cuya mano conocerá años más tarde la fama.

Lo que más asombra en la existencia de Ágatha Christie, es la forma en que comenzó a escribir y publicar, ya que escribió su primera novela para divertirse, la mandó a una editorial siguiendo el juego, pero sin la más mínima esperanza de que se la aceptaran -se olvidó incluso de que la había enviado, más atenta a su vida familiar que otra cosa, marido e hijita de los que ocuparse-, y fue la primera sorprendida cuando la llamaron para decirle que se la querían editar, mas, aún y así, Ágatha seguía creyendo que aquello no iba a continuar, que se trataba solamente de un golpe de suerte y no otra cosa, pero se equivocaba.

Su carrera, como tal, podríamos afirmar que arranca en 1920, el año en que cumple los 30, y como anécdota simpática citaremos que su famosa novela El hombre del traje castaño, es casi autobiográfica, según ella misma revela en sus memorias, ya que describe un viaje que hizo con su marido alrededor del mundo, pagado por el Museo Británico. Menos los crímenes, casi todo lo que relata sucedió, ya que el “malo” de la novela, era el jefe de su marido, pero en esta novela captamos algo más: a una Ágatha enamoradísima como una colegiala de su guapo cónyuge.

A la muerte de su madre en 1926, Ágatha, entra en una crisis depresiva que la conduce finalmente a separarse de Archibald, ya que como ella misma reconoce, lo desatendió por hallarse sumida en la tristeza, luego viene la leyenda motivada por un divorcio que ella no deseaba, al desaparecer la escritora varios días, desconociéndose totalmente su paradero, constituyendo éste un auténtico “misterio Christie” cuya verdad siempre ignoraremos.

No obstante sigue escribiendo y cosechando éxito tras éxito, e incluso su vida privada “resucita”, por decirlo así, con un nuevo amor, su segundo marido el arqueólogo Max Mallowan, mucho más joven que ella, lo que le hace pronunciar la famosa frase de que: “casarse con un arqueólogo tiene la ventaja de que cuando más vieja te haces, más te aprecia”.

Ágatha Christie ha sido uno de las pocos novelistas cuyo éxito profesional ha ido parejo al de su vida privada: tuvo una infancia dichosa y una adolescencia y primera juventud, envidiables, se casó por amor las dos veces, y bien que conoció un divorcio y el trauma que ello conlleva, amén de las privaciones de la Segunda Guerra Mundial, no podemos decir que fuera una mujer ni atormentada ni de siniestra personalidad dada la temática de la mayoría de su obra.

Ágata Christie fue una persona inteligente, con un notable sentido del humor y un optimismo y una vitalidad dignos de imitación, sobre este particular es recomendable leer su autobiografía escrita a lo largo de 15 años, que comenzó el 2 de abril de 1950, titulada en inglés “An Autobiography”, y publicada en castellano por Editorial Molino, en la que podemos constatar como el pensamiento positivo la acompañó siempre.

La novelista inglesa escribió muchas obras de misterio y asesinatos, pero también, y esto es menos sabido, relatos cortos de una gran profundidad y, bajo el seudónimo de Mary Westmacott, novelas psicológicas que nada tenían que ver con el mundo del crimen. Escribió teatro, su obra “La ratonera”, que se halla en cartel en Londres, con éxito ininterrumpido desde 1952, fue realizada por “encargo” de la Casa Real con motivo del 80 cumpleaños de la reina Mary.

Ágatha Christie falleció el 12 de enero de 1976 en su casa de campo de Wallingford, habiendo conseguido en vida, no sólo el reconocimiento del público internacional, sino también multitud de premios y el nombramiento de Dama del Imperio Británico. Dos años y seis meses después, fallece su marido, el arqueólogo Max Mallowan, a quien ella había acompañado en muchos de sus viajes de estudio por Oriente Medio, ayudándole en sus excavaciones.

Habiendo tenido una hija, Rosalind, su único heredero es actualmente su nieto Matthew.

Fue llamada “la emperatriz del crimen”, un título que todavía no tiene sucesora, aunque existan muchas y excelentes novelistas de este género, ya que su ironía, su sentido analítico, su coherencia a la hora de ir desarrollando un argumento y su maestría al descubrirnos al culpable, constituyen un conjunto demasiado personal todavía no igualado, porque en sus historias detectivescas todas las piezas encajan al final como en un puzzle, cosa que no se puede decir de muchos de sus colegas.

   

© 2002 Estrella Cardona Gamio

Efemérides | Inicio

 

 

© C. CARDONA GAMIO EDICIONES. Reservados todos los derechos. En la Red desde 1999.