Antón Pavlovich Chéjov


Pocos saben que el gran escritor y autor teatral ruso Antón Chéjov, nacido el 29 de enero de 1860 en Taganrog, aparte de lo expuesto,  y de que estudió medicina en la Universidad de Moscú, era un hombre de gran corazón cuya caridad hacia el prójimo nunca fue mera palabra, sino hechos concretos traducidos en ayudas tales como la primera Casa del Pueblo, de Moscú, y también en esta ciudad se ocupó en que se construyera una clínica para curar las enfermedades de la piel. En Taganrog abogó por un museo de Bellas Artes, construyó la primera estación biológica de Crimea, y también escuelas para los hijos de los campesinos, en los alrededores de Moscú y más tarde en Crimea. Mandó libros para escuelas, trataba a los enfermos sin cobrarles, ayudó a los hambrientos cuando las cosechas eran escasas, y en el transcurso de la tristemente famosa epidemia de cólera, ejerció su labor de médico él sólo, en 25 pueblos. En Yalta fue miembro de la Junta tutelar de Enfermos Transeúntes, y socorrió siempre a aquellos pobres desgraciados que acudían a él en demanda de una ayuda que puede traducirse en estancia, pensión y tratamiento médico; todo lo cual le valió las alabanzas del radical Gorki.

Sin embargo Chejov no era un revolucionario, de hecho murió sin conocer el alzamiento bolchevique contra los zares, Chejov era una excelente persona, llena de sensibilidad social, y que, además, por suerte para el público lector, escribía.

Su padre fue un comerciante de poca monta, arruinado en 1870, lo que forzó a la célula familiar a trasladarse a Moscú, y su abuelo había sido un siervo que se manumintió, él mismo y a su familia, por la cantidad de tres mil quinientos rublos pagados a sus amos.

Antón Chejov estudió y también comenzó a escribir, en un principio para contribuir en la ayuda familiar, luego, ya doctorado, alternó su trabajo en el hospital, con los relatos, cortos, y humorísticos, que se iban publicando en la prensa de entonces, y que él firmaba con el seudónimo de Antosha Chejonte, ya que sólo estampaba su nombre al pie de cuanto, como médico, escribía sobre el trabajo profesional.

En 1886 aparece su primer volumen de cuentos, Cuentos variopintos, y en 1887 el segundo, titulado En el crepúsculo, que lo consagran como a un gran autor, haciéndole dedicarse por entero a escribir, renunciando, entonces, al ejercicio de la medicina, no así a abandonar sus obras de caridad, ya que tal cosa fue una constante en su vida.

Chéjov tuvo la suerte de vivir en una época pre revolucionaria, lo cual significa que desconoció los horrores posteriores que se desataron, sin embargo, su prosa es el más vivo de los testimonios de un mundo que iba a la deriva y que al final se estrelló. Mayormente, sus personajes, son gentes desdichadas, siervos, campesinos pobres, o bien funcionarios mediocres y egoístas: la Rusia que él conocía, y sin ser comunista, igual que Tolstoi, supo identificarse con el pueblo llano y escucharle, hasta el punto que, en 1890, marchó a la isla de Sajalin, colonia penitenciaria, para ayudar, en la medida que pudiese, a los prisioneros que, condenados a largas penas de trabajos forzados, languidecían allí, y cuya suerte conoció mejoras gracias a la intervención escrita del novelista.

Su labor como escritor y autor teatral, le reportó una gran prosperidad económica, parte de la cual invirtió en comprarse una finca a las afueras de Moscú, compartida con sus padres y demás familia.

Casó con una actriz, la famosa Knipper, pero la relación no fue lo excelente que debiera de haber sido, ya que la carrera de ella la tenía siempre alejada mientras que la salud de él resentida por el mucho trabajo de sus años mozos, nunca fue perfecta, limitándole, hasta degenerar en una tuberculosis que lo llevó finalmente a la tumba en la Selva Negra el año 1904, el 2 de julio concretamente, en Badenweiler a donde había ido en el clásico peregrinaje de todo aquejado de tisis, comenzado mucho antes cuando primero marchó a Francia y luego a Yalta, en Crimea a la busca de un clima que aliviara su enfermedad.

Se ha dado en encasillar a Chéjov como un escritor melancólico, sólo porque algunas de sus obras, teatro principalmente, lo son, pero Antón Chéjov es también un gran humorista, bien que a la rusa, y tiene relatos cortos de una comicidad que roza el absurdo y nos hace soltar alegremente la carcajada.

Antón Chéjov fue un hombre bueno, que, además, escribía, para mayor gloria de la literatura universal, no siendo esto, sin embargo, lo más importante, ya que su grandeza reside en el altruismo que demostró siempre tener para con los desfavorecidos.
 
 

© 2000 Estrella Cardona Gamio


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