Copyright del dibujo: Estrella Cardona Gamio. Reservados todos los derechos.3. FALENA
Fragmento del cuento EL GATO CON GAFAS de Estrella Cardona Gamio

Vuela que te volarás topé con el viento. ¡Era tan fácil tropezar con él!... Revoloteaba por todas partes nervioso y ligero como una pluma y estaba en mil lugares al mismo tiempo, a veces fuerte y brusco, otras travieso y juguetón, otras refrescante, otras cálido... En cuestión de segundos cogía tierra y la llevaba consigo, o arena o agua y te apedreaba con ella o te duchaba, según se le antojase. En ocasiones empujaba gruesas nubes gris oscuro, que, enfadadas, desataban lluvias torrenciales, o bien soplaba tanto que las dispersaba reduciéndolas a fragmentos. Podía transportar el polen sin que nadie se lo pidiera, era amable con las mariposas y buen camarada de los pájaros ya que se colocaba debajo de mis alas sosteniéndolas para que no se cansaran.

-Hola, Viento -le dije agradecido- eres muy amable al impulsarme a través del espacio, de lo contrario hace rato que habría tenido que descender agotado.

Él, jovial, respondió con su voz tonante:

-Hago lo que debo, que no es lo mismo que decir debo lo que hago, ¡jo, jo!... -¡vaya con el guasón!- Ahora en serio, no tienes por qué darme las gracias... Mi obligación como viento es la de hacer estas cosas, es parte de mi oficio.

-¿Parte de tu oficio?... Yo siempre creí que el viento no tenía otra ocupación más que la de soplar.

-Sí, en efecto, el viento debe soplar siempre o de lo contrario no sería viento, pero también, otra de sus atribuciones es la de hacer de gran comunicador... Verás, yo le cuento a la montaña como es el mar y al mar como es la montaña. A los países en eterno verano les hablo de los otros países en los que hace frío, llueve o nieva, al desierto le hablo de las selvas y a las selvas de las montañas inaccesibles y de los desiertos. De esta manera, por mi intermedio, todos se conocen y se mandan saludos... Gracias a mí -me contó empezando a animarse-, una hermosa flor de hibisco, que sólo vive en estado natural en Polinesia y un maravilloso pavo real que servía de adorno en los jardines del emperador de la China, se conocieron y se hicieron muy amigos, tanto, que un día la flor quiso reunirse con el pavo real y aunque era peligroso para su vida, ella pidió que la arrancara, raíces y todo, con fin y objeto de trasplantarla en los jardines del fastuoso pavo real.

-¿Y tú qué hiciste?

-Naturalmente, las aventuras románticas siempre han sido mi debilidad... Con que la arranqué y me la llevé a través de océanos y cordilleras, muy velozmente, para que no llegase marchita a la cita...... Lo conseguí, pero no sin desencadenar el más grande huracán que jamás vieran los siglos, sin embargo la flor llegó intacta en su belleza y juventud.

-¿Y qué pasó entonces?

-Los dos fueron muy felices al conocerse y el propio pavo real instaló al hibisco en lugar preferente en su jardín y el  hibisco arraigó y se multiplicó profusamente hasta el punto que a las pocas semanas el emperador de aquel reino pudo comprobar admirado como sus jardines albergaban flores desconocidas de radiante belleza, cosa que le llenó tanto de asombro como de satisfacción.

El Viento hizo un brusco regate y desvió su paso de una bandada de estorninos que se acercaban masivamente volando en ondulada formación; parecían un encaje de puntitos negros que se abriera y se cerrará rítmicamente. Comprensivo, el Viento, se deslizó debajo de ellos sin alterar su composición. Pero el viraje fue igual que un zambullida y descendimos a toda velocidad muchísimos metros, yo con las plumas echadas hacia atrás y el Viento con sus transparentes y largos cabellos flameando por encima de la cabeza como una bandera. Luego el Viento subió, ascendió majestuosamente igual que lo haría un globo, y se detuvo balanceándose entre unas nubecillas bajas.

Con tanto ir y venir me di cuenta de repente que debajo de nosotros no había tierra alguna y sí el mar, sólo mar...

-¡Cuánta agua!... -exclamé impresionado.

El Viento lanzó una distraída mirada en dirección adónde yo señalaba.

-¡Ah, sí, es el Océano!

-¡Huy el Océano, que miedo!

-¿Miedo?... No tienes que tenerle miedo... Sólo yo puedo encresparlo y volverlo peligroso y no pienso hacerlo.

-¡Muchas gracias!

-De nada, de nada, ¿para qué sirven los amigos sino...? -de pronto el Viento movió su manaza transparente indicándome- ¡Mira allí, sí, allí!... Dime, ¿qué ves?... -y en diciendo esto aceleró a lo reactor.

Ir con el viento surcando los cielos a toda pastilla, no es lo mismo que volar al ritmo de uno, con el Viento acabas mareado y con vértigo. Yo, completamente bizco de tanta ráfaga, seguí como pude la línea de su dedo, y allí a lo lejos divisé sobre el mar varias islas, manchas verde oscuro sumergidas en la bruma,

-Son islas... -murmuré con desmayo.

-Sí, amiguito, pero que islas... Son las Islas del Otro Mundo, las que pertenecen al Reino de las Hadas...

Me animé enseguida.

-¿Las hadas?... -exclamé maravillado- pero, ¿es qué existen las hadas?...

Al Viento se le pusieron de punta los cabellos, colocóse un grueso dedo sobre los labios, y dando muestras de gran azoramiento, murmuró en un atronador susurro en tanto miraba receloso hacia las islas:

-¡Chitón, no hables así de las Hadas, ves con cuidado!... ¡Claro que existen, eso no lo debes poner nunca en duda, jamás! -remachó categóricamente.

-¿Las Hadas viven en islas?

-¿Qué más da isla o continente?... De hecho, ellas moran en esa región intermedia entre el sueño y la realidad que es el Reino del Otro Mundo... Es decir, más allá de cualquier tierra habitada, flotando sobre las aguas de los océanos, se encuentran sus islas encantadas... Ningún experto marino podrá localizarlas en su vida, porque estas islas son como navíos fantasmas y aparecen y desaparecen a voluntad... En ocasiones se rodean de anillos de fuego para asustar a los atrevidos, en otras surgen de las aguas, esplendorosas, como premio para los elegidos que igual desembarcan en ellas y se quedan o bien sólo llegan a contemplarlas un minuto sin poder darlas al olvido nunca mientras vivan.

Yo me sentí muy importante.

-¿Somos sus elegidos?

El Viento sonrió indulgente y bonachón.

-Mi pequeño amigo, yo diría que, simplemente, somos afortunados. Recuerda que el Viento puede dominar todas las perspectivas y estar viendo simultáneamente el antes, al ahora y el después...

Me encogí de alas aturdido, las palabras del Viento eran demasiado profundas para ser consideradas a la ligera, y yo no estaba en aquellos momentos para reflexiones filosóficas, o, dicho en lenguaje moderno, no tenía ánimos de comerme el tarro.

-¿Entonces...?

-Entonces, aprovecha la ocasión que se te presenta y no le quieras buscar tres pies al gato, imitando a las personas que nunca aceptan las cosas tal cual son y siempre les están otorgando interpretaciones equivocadas.

¡¡GATO!!... ¡Oh, no, allí no tenía por qué aparecer ni siquiera su recuerdo!... ¡Era todo tan hermoso, tan apacible...!

-¿Quieres decir con eso que vamos a ver a las Hadas? dije a trompicones, deseoso de borrar una imagen non grata de mi memoria.

-No, no a todas, visitaremos la isla principal, pero no te consideres estafado, las islas son casi iguales... Vaya, que difieren en muy poco.

-¿No a todas las Hadas?, ¿qué quieres decir?

-No están... Sólo queda una, la nocturna Falena que es su guardiana... Te lo cuento luego.

Y así diciendo, el Viento, igual que un nadador, respiro hondo y se lanzó de cabeza hacia abajo con un silbido que atronaba.

De pronto, sólo vi como el océano entero subía a una enloquecida velocidad y que el archipiélago de islas con él, girando descabaladamente, convertíase en el vértice de un remolino, que nos engulló en un santiamén.

Cuando me serené, y no era nada fácil, he aquí lo que contemplaron mis pasmados ojos:

Planeábamos sobre una ciudad resplandeciente. Las paredes de sus casas eran blancas, en contraste, los tejados componían un arco iris de colores bermellón, azul cobalto, verde esmeralda, amarillo girasol, siendo sus tejas pedazos multicolores de mosaico en algunos mientras que en otros los techos ostentaban las monocolor. Sobresalían airosas chimeneas también blancas, rematadas en forma de caperuza de enanito o sombrero alto de reina de cuento, esos que semejan cucuruchos de helado, y algunas mostraban igualmente dibujos hechos a base de fragmentos de mosaico.

Las calles estaban empedradas en tonos lavanda y el efecto óptico resultante sugería lo que en verdad se admiraba o sea, un espectáculo increíble. Las ventanas y las puertas de las casas conjugaban la sencillez rústica de los listones de madera, con la más fantástica arquitectura que imaginar se pueda. Ventanas redondas, ventanas rizadas, balconcillos que parecían antifaces, ornamentación que recordaba las alas de las mariposas. Ventanas con vidrieras que eran mundos de ensueño poblados de flores y de paisajes, ventanas protegidas por filigranas de hierro forjado que evocaban, y no sé por qué, a los míticos dragones. (Una garra encogida, el borde membranoso de un ala, las erizadas crestas de los lomos, las escamas, los colmillos...)

En otras, sencillamente, recordaban bordados hechos a base de hojas secas prendidas en la urdimbre de una telaraña.

Por doquiera se erguían pabellones y glorietas en medio de grandes jardines o pequeños parques centrados en las plazas como los espacios verdes de tan feérica ciudad, la cual, por otro lado se hallaba desierta. Sin embargo no ofrecía el aspecto de sucia o abandonada, ya que relucía de puro limpia sin dar muestras de ruina por ningún sitio.

-¿Adónde se han ido las Hadas?... Dijiste que sólo queda una...

-No te preocupes que la conocerás.

-¡Qué guay, únicamente las he visto en los cuentos!

-La verás, la verás, pero el problema estriba en que Falena duerme de día y sale de noche y yo no me puedo detener tanto tiempo, son muchos los que necesitan de mi presencia.

A mí me sucedía lo mismo, deseaba regresar cuanto antes a casa ya que estaba seguro de que mis amos me añoraban igual a mí como yo a ellos, por lo tanto no podía entretenerme esperando a que viniera la noche.

-¿Cómo lo haremos?

-No te entristezcas, amiguito, el Viento siempre cumple lo que promete... -exclamó con su voz sonora- ¿Has oído hablar de los eclipses?

No me dio tiempo a responder que sí -hasta los había visto por la tele-, ya que él sopló con fuerza en dirección al firmamento y arrancando a la luna de su órbita, la colocó delante del sol en menos tiempo del que empleo yo en contarlo y se hizo la noche, una noche muy oscura en la que brillaban las estrellas. El Viento, entonces, descendió con suavidad, y yo con él, hasta posarse sobre un alero y, alargando extraordinariamente el brazo, golpeó con los nudillos en la puerta de una casa tan blanca y limpia como las demás.  Esta tenía un alegre zócalo rojo y puerta y ventanas mostraban una orla azul celeste. Un gracioso farol que pendía sobre la entrada y era la residencia de varias luciérnagas, se empezó a iluminar.

Soñolienta, una vocecita respondió desde el interior:

-¿Quién es?

-Falena, ábreme; soy el Viento...

Se percibieron unos ruiditos dentro y a poco se abría la puerta de la entrada dando paso a la más extraordinaria criatura que pudieran ver los ojos de nadie, humano o no.

-¡Oh, qué día tan corto! -se quejó Falena desperezándose.

Yo la contemplaba pico abierto por la admiración. Parecía imposible que algo tan bello y tan irreal pudiese existir en cualquier universo. Falena era transparente y brillante, como si estuviese hecha de polvo de cristal o de polen luminoso, sus alas semejaban las de una libélula y sus cabellos, de suave color lila plateado, daban la sensación de flotar según se afirma que lo hacen los cabellos de las sirenas dentro del agua... En cuanto a sus ojos, ¡ah, sus ojos!, parecían de gato... Pero, ¿qué tontería acabo de decir?, ¿cómo de gato?, ¿de qué gato?... Sus ojos eran grandes, inmensos, con la forma típica de los ojos de los Duendes, de los Elfos, de las Hadas, no de los gatos... ¡Vaya una simpleza se me había ocurrido!

Continúo.

Sus ojos resultaban enormes y el color era de un traslúcido amatista, incomparables... En realidad toda ella se veía fantástica, hecha de luz, como de nácar transparente, no sé, algo que no se puede describir de una manera lógica. Era luminosa recordando la blancura de la luna y al mismo tiempo era como una gradación de azules combinados que tenía que ser vista para poder apreciarla en su entera y desconcertante belleza... Porque el violeta no es azul y en los labios de Falena mostraba tonalidades azuladas.

¿Y su fragancia?... Falena olía a campo después de la lluvia, a dondiegos, como los que Papá, Mamá y la Niña cultivaban en el jardín de casa.

El Viento dijo amablemente:

-No ha sido un día corto Falena, apenas comenzaste a dormir y ya te he despertado.

-Pero es de noche...

-Sí, ahora es de noche... y... Y muy largo de explicar -el Viento comenzaba a impacientarse-. Bien, Falena, te he traído a un amigo que deseaba conocerte.

Yo me adelanté temblando de emoción, e hice una gentil reverencia.

La damita en azul sonrió tiernamente y puedo aseguraros que ver sonreír a un hada constituye un espectáculo inolvidable.

-Bienvenido, ¿así qué eras tú quién quería verme?

-Preciosa hada -balbuceé-, jamás había visto a nadie que se te pueda igualar y el Viento ha sido tan comprensivo que no ha permitido que me alejara de esta ciudad maravillosa sin haberte presentado mis respetos.

El hada extendió su mano invitándome a que me posara en ella.

-Yo tampoco había visto un pájaro semejante, ¿de dónde vienes?

Iba a decírselo, pero el Viento se me anticipó.

-De muy lejos -dijo-, del Mundo Real

(¿Cómo lo sabía él?)

El hada tuvo un estremecimiento.

-¿Vienes del Mundo Real y dices que nunca has visto Hadas?

Falena pareció asustarse, y yo, sin saber la causa, empecé a contagiarme. Miré al Viento en demanda de ayuda, pero el Viento no respondió.

-No, nunca las he visto.

Falena se desmoronó cayendo sentada sobre el cáliz de una margarita gigante que le hacía las veces de banco junto a la entrada de la puerta de su casa.

-¡Oh, eso que dices es terrible, muy, muy terrible!... ¿Aseguras que no has visto a las Hadas?, ¿cómo puede ser eso, si las Hadas se fueron al Mundo Real hace siglos y con ellas los Duendes, los Elfos, los Silfos?... Desde entonces yo guardo este reino, conservándolo para cuando todos regresen... Y tu llegas y me dices que no las has visto... ¿Es que ya no hay avellanos, endrinos, sauces, robles, alisos, abedules, fresnos y encinas en el Mundo Real? En su vecindad moran las Hadas, ¿y los espinos?... Siempre que veas un espino allí cerca hay un hada...

Yo estaba aturdido.

-Pero...

Falena, muy agitada, me interrumpió:

-¡Naturalmente son invisibles, sin embargo están... Tienen que estar!... ¿De qué otra manera podría ser sino?... Ellas marcharon al Mundo Real para hacer el bien y ayudaros porque estabais muy necesitados de su intervención... ¿Acaso no nos buscabais?... Héroes o villanos, todos soñaban con nuestras islas y muchos se embarcaban en la incierta aventura de encontrarnos mar adentro...    -parecía desesperada- ¿“Realmente” nunca has visto a un hada?...

Quise desdramatizar la situación con alguna ingeniosa agudeza y solté esta tontería:

-Hadas no he visto, pero alguna que otra brujita peluda, eso sí...

Falena rompió en sollozos y tuve que volar a su hombro porque el hada se llevó ambas manos a la cara y en una me posaba yo y en la otra sostenía su varita mágica que al suelo se fue entre un suave chisporroteo plateado.

-¿De qué ha servido, entonces, el que emigraran, de que ha servido el que durante siglos y siglos yo haya permanecido aquí sola guardando el Reino del Otro Mundo, sin más compañía que la de mi propia sombra?... Tú no las has visto y si no las has visto esto significa que ellas no revelan su presencia y si no lo hacen así es porque nadie las acepta y si no las aceptan... es que nadie cree en nosotras y por tanto, hemos fracasado en nuestra misión... Entonces, ¿por qué no regresan?, ¿a qué esperan?...

Atribulada, lanzó en derredor suyo una mirada de angustia que pedía ayuda. Era tan frágil, se la advertía tan vulnerable y desamparada que daba mucha pena.

-¡Es horrible lo que pienso!... Si los humanos no nos necesitan es porque han dejado de creer en nosotras... ¡NO CREEN EN NOSOTRAS!... Eso sólo quiere decir que todas han muerto, que ya no hay Hadas, ni imaginación, ni poesía ni belleza, ni tan siquiera esperanza en un mundo mejor... Ya nunca más la Dama Verde se abrazará, convertida en hiedra, a las ruinosas murallas de los castillos legendarios, ni la Befana traerá regalos a los niños por Navidad, ni el hada Abonde procurará abundancia a los desheredados ni el hada Benshie protegerá amorosamente la unidad de las familias, ni Leannan, musa de poetas, será de nuevo la madrina de algún bardo destinado a la inmortalidad... ¿Quién va a poblar de sueños las huecas noches de los habitantes del Mundo Real?...

Yo estuve a punto de soltar que para eso existía la Tele, pero cerré el pico a tiempo.

-¡No, no, hada Falena -exclamé arrepentido por la metedura de pata a lo siglo XX que había estado a punto de cometer-, todos sabemos que existen las Hadas, hay cuentos que hablan de vosotras e incluso muchas niñas dicen haberos visto, y no es eso todo, hasta os han fotografiado...! -y mentí piadosamente- Cerca de donde yo vivo, en el bosque, existen montones de espinos y montones de árboles de los que hablas, avellanos y tal... O sea que estamos rodeados de Hadas, lo que pasa es que permanecemos ciegos, tanto, que no las sabemos ver... ¡Seguro que cuando yo vuelva a casa me encuentro con cientos y cientos de Hadas...!

Falena, que había vuelto a hundir el rostro entre las blancas manecitas, asomó sus impresionantes ojazos sobre la punta de los dedos.

-¿Es cierto eso, no me engañas?

Muy serio respondí:

-No, no te engaño, yo siempre he sabido que existían las Hadas pero lo que pasa es que hasta este momento no había tenido la suerte de encontrarme con una.

Con desaliento, Falena cruzó las manos sobre el regazo.

-No es tan difícil, basta con desearlo.

¿Cómo explicarle a un hada que en el Mundo Real no es suficiente con desear las cosas?

-Tal vez muchos no sepamos hacerlo bien, pero los que lo consiguen seguro que las ven.

La triste carita de Falena se animó con una sonrisa.

-¿Tú crees?...

-Estoy convencido.

Falena disimuló un bostezo.

-Tengo mucho sueño.-dijo.

Y el Viento,

-Duerme, Falena...

El Viento extendió sus brazos recogiendo amorosamente el cuerpo de Falena, que arrulló cual si de un bebé se tratara.

-Duerme, Falena, duerme...

Y suavemente, cuidadoso de no arrugar los tules y las gasas de su vaporosa túnica entró con ella en la casa depositándola con infinita delicadeza sobre su camita, luego salimos, andando de puntillas, y él cerró la puerta sin hacer ruido.

-Siento haber preocupado al hada... -dije contrito.

-No te entristezcas... Volveré a colocar a la Luna en su sitio y de nuevo será de día y cuando llegue la noche de verdad, Falena despertará creyendo que todo había sido un sueño... y si me pregunta yo no la voy a contradecir, ¿sabes?

-Cuando vuelva a casa tengo que intentar encontrar a las Hadas, se lo debo a Falena.

-Las Hadas dejan sus huellas en el Mundo Real, amiguito, bailan en corro sobre los campos de trigo componiendo extraños dibujos y esconden su residencia dentro de las colinas huecas... Elige cualquier noche de Luna llena y da nueve vueltas en torno de una colina, verás como entonces se abre para ti una puerta mágica que te conducirá a su interior.

Batí las alas alegremente.

-¡Lo haré, lo haré!

-Anda, súbete a mi hombro y agárrate fuerte que vamos a poner las cosas en su sitio.

Y sopló el Viento y soplé yo por simpatía y a poco otra vez brilló el Sol y ambos surcábamos de nuevo las alturas.

 

PORTA DE MARROC ( Puerta de Marruecos)


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