Hans Christian Andresen
por Estrella Cardona Gamio


Nació el 2 de abril de 1805 en  un barrio miserable de Odense, en la isla de Fionia, Dinamarca, de familia humildísima en la que su padre ejercía de zapatero remendón, cuya única riqueza consistía en saber leer y escribir y que se creía de origen noble (?). Su madre era lavandera de oficio, analfabeta y supersticiosa, y en la infancia había ejercido la mendicidad, pero como le contaba cuentos a su hijo desde pequeño, influyó en él en gran manera, igual que el padre, quien le construyó un teatrito para que jugase. Su abuelo padecía demencia senil y su abuela trabajaba en el asilo municipal. Cuando su padre murió al regresar de la guerra -se había alistado en el ejército de Napoleón-, la madre volvió a casarse.

Con semejantes antecedentes no es de extrañar que Andersen tuviese una niñez triste y sin instrucción, al estar llena de penurias económicas, agravado a más a más todo ello con que el niño mostraba un aspecto afeminado que sólo le reportaba pullas y burlas de su entorno. Más adelante, y para redondear el cuadro, padeció ataques histéricos, que fueron confundidos por los médicos con epilepsia.

A los once años, muerto ya su padre, entró a trabajar de aprendiz de tejedor, luego de sastre y también lo hizo en una fábrica de tabaco, y en uno de estos lugares, sus compañeros llegaron a bajarle los pantalones para comprobar a que sexo pertenecía.

Con catorce años se fue a Copenhagen, ya que poseía una bella voz de soprano y quería iniciar la carrera artística, bien como cantante, bailarín o agente de artistas.

Hasta los diez y siete pasó bastantes estrecheces teniendo que luchar mucho por alcanzar lo que deseaba, pero a esta edad tuvo la suerte de poder entrar en el Teatro Real, aunque la dicha le durase poco ya que perdió la voz al desarrollarse.

Entonces fue cuando empezó a escribir, contando para ello con la ayuda de Jonás Collin, uno de los directores del Teatro Real, quien le consiguió una beca para entrar en la Escuela de Gramática de Slagelse. Pero su instrucción también fue bastante dura ya que vivía en casa del director del colegio, Simón Meisling, y éste no le escatimaba mano dura con objeto de fortalecer su carácter; para mayor humillación de Hans Christian, los demás alumnos tenían once años.

Siempre con la intercesión de Collin, logró obtener otra beca que le permitió ser admitido en  la Universidad de Copenhaguen.

A los veintidós años, tiene la satisfacción de ver representado en escena un drama musical escrito por él, pero el año anterior ya se había estrenado con un primer cuento publicado que se hallaba dentro del estilo fantástico de Hoffmann y los hermanos Grimm.

Hans Christian Andersen era homosexual y sus tempranos amores fueron el actor Riborg Voight y Edvard hijo de Jonás Collin, aunque la atracción sentida hacia este último pudo ser forzosamente platónica ya que Edvard contrajo matrimonio años después, bien que siempre les uniese una gran amistad también compartida por la esposa.

(Se ha dicho, posiblemente para disimulas la homosexualidad de Andersen, que el gran amor de su vida fue una cantante de ópera, y joven de gran belleza, la sueca Jenny Lind, denominada El Ruiseñor del norte, a la que conoció siendo ya famoso y respetado autor y con quien mantuviera una profunda y poética relación amistosa, por otra parte muy claramente puntualizada en sus memorias:... entonces nació una amistad que tuvo para mí gran importancia en lo espiritual.

Según se afirma, ella le inspiró algunos personajes de sus cuentos).

De todas formas, el aspecto físico de Hans Christian nunca fue lo que se dice muy atractivo. Su rostro de expresión caballuna, su larga nariz y sus ojos tristes no eran los ideales para seducir amorosamente a nadie, y entre unas cosas y otras, infancia desdichada y miserable, trabajo en el que fue vejado, estudios que supieron de muchas burlas, homosexualidad, no es de extrañar que hallase un desahogo en sus cuentos mal llamados infantiles: La sirenita, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, El abeto, El patito feo y... todos los demás. Y hablando de El patito feo, siempre se ha estimado que es un retrato autobiográfico de sí mismo, profético en cierto modo.

Los Cuentos de Andersen han dado en llamarse “cuentos de hadas”, error muy común que engloba en tal denominación cuentos en los que no sale ninguna o escasas;  concretamente en los de Andersen tal vez podamos aplicarle ese título, con reservas, a El jardín del Paraíso.

El autor danés fue escribiéndolos entre 1835 y 1872, consiguiendo con sus argumentos, lejos de los cauces acostumbrados al haber pocos finales felices, y dentro de una original línea muy personal y atractiva completamente innovadora, alcanzar el éxito.

Andersen llegó a ser un gran viajero, ya que a partir de 1831, empezando a ser un reconocido autor, inició sus viajes por Europa frecuentando en París a Víctor Hugo y a Dumas padre, entre otros y en Londres a Charles Dickens con quien estableció lazos de admiración compartida ya que sus infancias no dejaban de encerrar similitudes.

(Todo este nivel desahogado de vida, se consiguió gracias a una beca de estudios otorgada por su rey, que más tarde, en 1838, se completaría con otra mensual de literatura que le pondría a salvo de penurias económicas.)

Entre viajes y becas, escribió y publicó su primera novela El improvisador.

Entre 1840 y 1857, marchó de Europa a Asia Menor y luego a África, experiencias que le llevaron a escribir libros de viajes y también sus memorias: El cuento de hadas de mi vida.

Andersen visitó España en  entre 1862 y 1863, viaje del que saldría el libro En España, y la inspiración de El traje nuevo del Emperador.

Los honores no dejan de llover sobre él, ya que el rey le concede el título de Consejero del Estado y un año más tarde se le declara ciudadano ilustre.

Hans Christian Andersen abandonó este mundo en su hogar en Rolighead, que era la casa del matrimonio Melchior quienes estuvieron junto a él en sus años postreros cuidándole.

Murió el 4 de agosto de 1875 de un cáncer de hígado, pero, afortunadamente, disfrutando de la admiración y el afecto del público que no ha dejado nunca de serle fiel desde entonces.

O lo que es lo mismo, en sus propias palabras:

Nunca soñé en llegar a alcanzar tanta felicidad cuando era sólo un patito feo.

© C. Cardona Gamio Ediciones 2003


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