CARMILLA - Autor Sheridan Le Fanu
2006 Divulgación cultural

9

-Ya estás otra vez diciendo cosas que no tienen sentido- objeté.

-Soy extravagante, tonta y caprichosa. Pero tranquilízate: en adelante hablaré cuerdamente. ¿Has bailado alguna vez?

-No. Debe ser encantador, ¿verdad?

-Casi lo he olvidado. Hace tantos años...

Me eché a reír.

-No eres tan vieja como todo eso... No puedes haber olvidado aún tu primer baile.

-Sólo haciendo un gran esfuerzo puedo recordarlo. Lo veo todo a través de algo que se interpone entre el recuerdo y yo, como una cortina tupida y, al mismo tiempo, transparente. Aquella noche estaba como muerta en mi cama. Me hirieron aquí -se tocó el pecho- y nunca he vuelto a ser la misma.

-¿Has estado a punto de morir?

-Sí. Un amor cruel, un amor caprichoso había invadido mi vida. El amor exige sacrificios, y en los sacrificios corre la sangre. Ahora deja que me abandone al sueño. Estoy muy cansada. ¿Cómo podré levantarme a cerrar la puerta con llave?

Le di las buenas noches y salí de la estancia con una sensación de inquietud.

Los delirios de las personas nerviosas son contagiosos, y casi siempre acaban por ser imitadas por los que tienen un temperamento afín. También yo había adoptado las costumbres de Carmilla; cerraba con llave la puerta de mi habitación, sugestionada por su fantástico miedo a unos hipotéticos agresores nocturnos, asesinos o ladrones. También, como Carmilla, inspeccionaba minuciosamente mi habitación cada noche, antes de acostarme, para asegurarme de que no había nadie escondido en ella.

Después de tomar todas aquellas prudentes medidas, me acosté y me quedé dormida casi inmediatamente. Tenía una luz encendida en mi habitación. Era una antigua costumbre, de cuya inutilidad nadie había podido convencerme. Sólo así podía descansar tranquila. Pero los sueños atraviesan los muros de piedra, iluminan las habitaciones vacías y oscurecen las iluminadas, y los personajes que intervienen en el sueño entran y salen a placer, burlándose de los cerrojos.

Aquella noche tuve un sueño que fue el comienzo de una extraña angustia. No podría llamarlo una obsesión, porque tenía la certeza de que estaba dormida, de que me hallaba en mi habitación y yacía en mi cama. Vi, o creí ver, la habitación con sus muebles de siempre, pero más a oscuras; a los pies de mi cama se movía algo escurridizo, que no pude distinguir claramente. De repente, me di cuenta de que se trataba de un animal grande y negro, como cubierto de hollín. Parecía un monstruoso gato. Tendría aproximadamente un metro y medio de longitud, y lo deduje porque cuando se paseaba al pie de la cama ocupaba toda su anchura. Se paseaba como una fiera enjaulada. Me sentí tan aterrorizada, que no tenía fuerzas ni para gritar. Los pasos del animal eran cada vez más rápidos, y la habitación se oscurecía por momentos. Noté que algo se encaramaba a mi cama. Unos ojos enormes se acercaron a los míos y de pronto sentí un penetrante dolor en el pecho, como si me hubiesen clavado dos alfileres. Me desperté con un grito. La habitación estaba iluminada por la luz que dejaba encendida cada noche, y a los pies de mi cama había una figura femenina vestida de negro y con la cabellera caída en cascada sobre los hombros. Estaba inmóvil como una estatua. No se oía ningún rumor, ni siquiera el de su respiración. La miré, y la figura pareció moverse; se deslizó hasta la puerta, que estaba abierta, y desapareció. Inmediatamente, me sentí como liberada de un gran peso y pude moverme y respirar. Mi primer pensamiento fue que Carmilla había querido gastarme una broma y que yo me había olvidado de cerrar la puerta. Pero me levanté y la encontré cerrada por dentro, como siempre. La idea de abrirla me aterrorizaba. Volví a acostarme y escondí la cabeza debajo de las sábanas, más muerta que viva.

Al día siguiente no quise quedarme sola ni un momento. Debí de habérselo contado todo a mi padre, pero no lo hice por dos motivos opuestos. Primero, porque temí que se burlase de mi historia y me dolían sus burlas; y, segundo, porque temí que creyese que también yo era víctima de aquella misteriosa enfermedad que se propagaba por la comarca. Mi padre tenía el corazón débil y no quería asustarlo.

Pero se lo conté todo a la señora Perrodon y a la señorita Lafontaine. Las dos se dieron cuenta de que me hallaba en un estado de anormal excitación. La señorita Lafontaine se echó a reír, pero vi que la señora Perrodon me miraba preocupada.

-A propósito -dijo la señorita Lafontaine, riendo-, en el camino de los tilos, detrás de la habitación de la señorita Carmilla, hay fantasmas.

-¡Tonterías! -exclamó la señora Perrodon, la cual debió encontrar inoportuna aquella asociación de ideas-. ¿Quién le ha contado esa historia, querida?

-Martin dice que ha ido dos veces a reparar la vieja balaustrada antes del amanecer, y siempre ha visto la misma figura de mujer andando por el camino de los tilos.

-No le diga nada a Carmilla -supliqué-. Su ventana da al camino, y es una muchacha más impresionable aún que yo.

Aquel día, Carmilla se levantó más tarde que de costumbre.

-Esta noche me he asustado mucho -dijo-. Estoy segura de haber visto algo horrible. Menos mal que tenía el amuleto que le compré al pobre jorobado. ¡Y pensar que lo traté tan mal! He soñado que una cosa negra se acercaba a mi cama, y me he despertado aterrorizada. Durante unos segundos, he visto realmente una figura negra al lado de la chimenea, pero he tocado el amuleto que guardo debajo de la almohada y la figura ha desaparecido. Estoy convencida de que, si se hubiese acercado más, habría terminado degollada como aquellas pobres mujeres...

-Bien, escucha lo que voy a contarte...

Le conté mi aventura nocturna. Pareció asustarse.

-¿Y tenías el amuleto contigo? -me preguntó.

-No. Lo metí en un jarrón de porcelana del salón, pero esta noche me lo llevaré a la cama, ya que tú crees tanto en su eficacia.

Después de tanto tiempo, no acierto a comprender cómo pude dominar mi terror y dormir sola en mi habitación aquella noche. Recuerdo perfectamente que puse el amuleto debajo de mi almohada y que me quedé casi inmediatamente dormida, con un sueño mucho más profundo que la noche anterior.

También la noche siguiente fue tranquila. Dormí profundamente y sin sueños, pero me desperté cansada y melancólica; aunque no puedo decir que fuese una sensación desagradable.

Sigue...

Inicio
© C. CARDONA GAMIO EDICIONES 2006 -EL SERIAL-