CARMILLA - Autor Sheridan Le Fanu
2006 Divulgación cultural

4

Esto excitó mi curiosidad por saber lo que la señora vestida de negro le había dicho a mi padre en el curso de la breve conversación que sostuvieron. Apenas me quedé a solas con él intenté sonsacarle. Mi padre no se hizo rogar.

-No hay ningún motivo para que te lo oculte. La señora me dijo que temía dejarnos a su hija, porque se trata de una muchacha de salud delicada y tiene los nervios alterados, aunque no padece ataques ni alucinaciones.

-¿No te parece algo raro que te dijera esto? No tenía ninguna necesidad de aclarar ese extremo...

-De todos modos, eso es lo que me dijo -me interrumpió mi padre-. Me explicó que está efectuando un largo viaje, de vital importancia para ella. Está obligada a viajar con la mayor rapidez y discreción posibles. Dentro de tres meses vendrá a recoger a su hija. Entretanto, no debe decir nada acerca de su personalidad y del lugar a donde se dirige. Al pronunciar la palabra discreción, la ha subrayado con una pausa, mirándome a los ojos con cierta dureza. Creo que es importante. ¿Has visto la rapidez con que se ha marchado? Espero no haber cometido una tontería al hacerme cargo de esa muchacha.

Aunque el médico no llegó hasta la una de la madrugada, no pude irme a la cama. Cuando el doctor regresó al salón, su informe fue muy optimista. La paciente se había levantado y su pulsación era regular. No tenía ninguna herida y el trauma nervioso no había dejado huella. Nada se oponía a que yo la visitara, si ella lo consentía. En consecuencia, le envié recado por medio de la camarera, preguntándole si podía hacerle una breve visita.

La camarera regresó inmediatamente, diciendo que la joven se alegraría mucho con mi visita. No perdí un solo instante.

Habíamos alojado a nuestra invitada en una de las habitaciones más hermosas del castillo. La joven estaba recostada, a la luz de los candelabros, en la cabecera de la cama. Su graciosa figura aparecía envuelta en una bata de seda recamada de flores y orlada con una cinta de raso, que su madre le había echado a los pies, cuando aún estaba en el suelo.

Pero, apenas me acerqué a la cama para saludarla, algo me hizo enmudecer y retroceder unos pasos.

Trataré de explicarme. El rostro que tenía ante mí era el mismo que se me había aparecido durante aquella terrible noche de mi infancia, el rostro que tanto me había impresionado y sobre cuya aparición había reflexionado durante años, horrorizándome en secreto.

Era un rostro encantador, y su expresión conservaba la melancólica dulzura que tenía cuando lo vi por primera vez. De repente, se iluminó con una sonrisa, como si también la joven acabara de reconocer a una vieja amiga.

Se produjo un silencio que duró unos instantes. Finalmente, la joven habló: yo no podía hacerlo.

-¡Qué raro! -exclamó-. Hace unos años vi tu rostro en sueños, y desde entonces me ha obsesionado de tal modo, que no he podido olvidarlo.

-Sí que es curioso -dije, tratando de sobreponerme al horror que me había impedido pronunciar una palabra hasta aquel momento-. También yo te vi hace unos años -doce, exactamente -, no sé si en un sueño o en la realidad. Y tampoco he podido olvidar tu rostro desde entonces.

Su sonrisa se hizo más dulce y desapareció el aire de curiosidad que había notado en los primeros momentos en la joven. Me sentí más confiada, y cumplí con mis deberes de anfitriona, dándole la bienvenida a nuestro hogar y expresándole la satisfacción que a todos los de la casa, y especialmente a mí, nos había producido su imprevista llegada. Mientras hablaba, le cogí la mano. Yo era algo tímida, hecho muy comprensible si se tiene en cuenta la soledad en que vivía, pero aquella situación especial me hizo elocuente, casi audaz. La joven apretó súbitamente mi mano y la estrechó entre las suyas, mirándome con sus ojos brillantes. Sonrojándose, sonrió de nuevo y contestó a mi saludo. Aunque yo no me había recobrado del todo de mi primera impresión, me senté a su lado y la joven me dijo:

-Ante todo, es necesario que te cuente cómo y dónde te vi por primera vez. Es realmente extraordinario que nos hayamos soñado mutuamente tal como somos ahora, a pesar de que el sueño tuvo lugar cuando éramos unas niñas. Yo no tenía más de seis años. Desperté de repente de un sueño agitado y me pareció encontrarme en una habitación muy distinta a mi nursery, una estancia cuyas paredes estaban revestidas de madera de color oscuro y que aparecía llena de camas, sillas y otros muebles. Recuerdo que las camas estaban vacías y que en la habitación no había nadie más que yo. Contemplé la habitación con gran curiosidad, admirando, entre otras cosas, un gran candelabro de hierro de dos brazos que reconocería entre mil si volviera a verlo. Luego me subía a una de las camas para llegar hasta la ventana, pero en aquel mismo instante oí un llanto procedente de una de las camas. Entonces fue cuando te vi. Eras tal como ahora te veo, una muchacha bellísima, de cabellos dorados y enormes ojos azules. También tus labios eran los mismos. Tu modo de mirar me conquistó inmediatamente. Salté a la cama y te abracé; creo que nos quedamos dormidas durante un rato. Me despertó un grito: te habías despertado y estabas chillando. Me asusté y caí al suelo, donde perdí el conocimiento. Cuando recobré el sentido me hallaba de nuevo en mi casa, en mi habitación. Nunca he podido olvidar tu rostro. No es posible que todo aquello fuese un simple sueño. Realmente, la muchacha que vi eres tú.

Le conté entonces mi visión, que suscitó en mi nueva amiga una admiración que no me pareció simulada.

-No sé cuál de las dos se asustó más -dijo, sonriendo -. Si no hubieras sido tan encantadora, creo que me habría espantado más... ¿No te parece que lo mejor será pensar que nos conocimos hace doce años y que, por tanto somos viejas amigas? Yo, por lo menos, creo que desde nuestra infancia estábamos predestinadas a serlo. Y por mi parte nunca he tenido una verdadera amiga. ¿La encontraré ahora?

Suspiró, y me miró apasionadamente con sus hermosos ojos negros. En realidad, aquella joven me atraía de un modo inexplicable, pero al propio tiempo me inspiraba una indefinible repulsión. Sin embargo, pese a lo contradictorio de mis sentimientos, lo que predominaba era la atracción. Aquella joven desconocida -hasta cierto punto- me interesaba y me conquistaba. ¡Era tan hermosa y fascinante! Recuerdo que noté en ella cierto cansancio y me apresuré a desearle las buenas noches. Añadí:

-Será mejor que esta noche duerma una camarera contigo. Fuera, en el pasillo, me aguarda una sirvienta. Es muy seria y no te molestará.

-Eres muy amable -respondió la joven-, pero si hay otra persona en mi habitación no puedo dormir. No necesito ayuda, y quiero confesarte una pequeña debilidad mía: tengo horror a los ladrones. En cierta ocasión, mi casa fue desvalijada y asesinaron a dos camareras. Desde entonces tengo la costumbre de cerrar la puerta con llave. Tendrás que disculparme, pero no puedo evitarlo.

Durante un rato me retuvo entre sus brazos; luego me susurró al oído:

-Buenas noches, querida. Me desagrada separarme de ti, pero es hora de descansar. Hasta mañana. No pasaremos mucho rato alejadas.

 

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